El Arte Gótico resulta un tanto
paradójico si se compara con el contexto histórico en que surge y alcanza su
mayor auge. Apodado por muchos especialistas como “Estilo Ojival” debido al
innovador uso de arcos puntiagudos y bóvedas, al tiempo que se valía de
vitrales para crear un espacio opulento e iluminado; contrastando con su
período histórico, la Edad Media.
Existe una suerte de consenso a
la hora de catalogar la Edad Media como un período de oscurantismo y atraso
cultural. Se dice que fue Giorgio Vasari quien, durante el renacimiento, dio a
este estilo el nombre de “Gótico” haciendo alusión a los Godos, lo que sería
igual a decir “Bárbaro”; para Fulcanelli, la palabra “Gótico” guarda relación
con el lenguaje de ciertas sectas iniciáticas de corte mágico-herético. A pesar
de todas las especulaciones que se han hecho al respecto, cuando nos referimos
a este estilo artístico, hablamos de lo que para muchos es considerado como la
cumbre del arte europeo.
Una de las características
esenciales del estilo es el cambio de perspectiva. Mientras en el Románico (su
predecesor) se tomaba en cuenta la horizontalidad, en el gótico se da prioridad
a la verticalidad. De allí que las catedrales alcancen y superen (en algunos
casos) los treinta (30) metros de altura. Y así, con el fin de aproximarnos un
poco a la esencia de este estilo artístico hemos mencionado dos elementos
esenciales y característicos que nos ayudaran a entender el objeto (o por qué)
de este estilo: el primero, la luminosidad; y el segundo, la gran elevación o
verticalidad.
El lector se preguntará: ¿En qué
sentido estos dos elementos nos permiten entender el objeto de este estilo
artístico? Uno de los principales obstáculos que debe sortear un historiador o
persona que se acerque al estudio de la historia, es el querer (o sentirse
tentado a) juzgar una época con ojos ajenos a la misma, juzgar el ayer con los
ojos de hoy. El principal objetivo de la catedral gótica era el de crear una
sensación de sobrecogimiento en el visitante, se buscaba impresionar al
espectador desde el mismo momento en que avistaba la fachada y daba el primer
paso en su interior. ¿Por qué? Porque su finalidad es aproximar a la persona
por medio de lo material a lo inmaterial, llevar de lo tangible a lo
intangible. En términos propios de la época: acercar al visitante a Dios y
hacerle ver por medio de una “pequeña” demostración cuán grande era su
presencia y omnipotencia.
De allí que la luminosidad
proveniente de los vitrales y las grandes elevaciones fuesen una constante en
todas las catedrales góticas. La inmensidad de la edificación buscaba hacer ver
lo pequeña que es nuestra existencia frente al todo poderoso; la luz que
filtraban los vitrales en múltiples colores, es alegórico a la luz que emana
Dios mismo; y así muchos otros elementos que se irán analizando en líneas
sucesivas.
Hasta aquí, hemos hecho una ínfima
aproximación a las formas del arte y al objeto de las grandes edificaciones,
así como del contexto histórico. Pero resaltamos la necesidad de adentrarnos un
poco en la mentalidad del hombre medieval y la situación de su contexto
histórico, si no se quiere incurrir en la insensatez de querer juzgar sus
acciones con los ojos del hombre del siglo XXI. De tal manera que seguiremos haciendo una resumida reseña
del contexto que rodeó el surgimiento del Arte Gótico.
No hay luz sin oscuridad.
La Edad Media puede dividirse en
tres etapas: La Temprana Edad Media (Siglo V al IX), Alta Edad Media (siglo X
al XIII) y La Baja Edad Media (Siglo XIII al XV). La Temprana Edad Media se
caracteriza por las Invasiones Bárbaras que asolaron Europa en repetidas ocasiones,
que originaron un clima de desasosiego y pesimismo entre los habitantes del
continente. Como consecuencia, en las proximidades al año 1000 se extendió por
toda la población europea el rumor de que se avecinaba el fin del mundo y “… la
vida medieval se llenó de profetas apocalípticos que vaticinaban terrores
indescriptibles… [Amenazando] con la condenación eterna (…)” (Chandelle, 2008,
P. 56) El resultado de todo ello fue una cierta inercia y apatía que cubrió al
europeo durante estos años.
Sin embargo, los monjes
benedictinos, que no se inmutaron ante el aire apocalíptico que flotaba por
aquel entonces, continuaron edificando iglesias, abadías y templos que
comenzaban a mostrar ciertos rasgos distintivos en relación al Románico.
Existieron múltiples reformas dentro de la misma orden monacal que derivaron en
la incorporación de nuevos elementos arquitectónicos y artísticos. Chandelle
explica que “… Sucesivas reformas… habían dotado [A estas edificaciones] de un
carácter monumental, con doble transepto, capillas radiales y bóvedas que se
alzaban a gran altura (…)” (Chandelle, 2008, P. 56) Lo que derivaría más
adelante en un verdadero auge constructivo en toda Europa, que contribuiría al
resurgir de las ciudades y al mundo medieval en general.
No obstante, no podemos pasar por
alto el hecho de que fuesen los benedictinos quienes comenzaran a dar los
primeros pasos hacia el gótico, pues, al ser desarrollado en el seno de una
orden apadrinada por la iglesia católica, este arte se haría casi
exclusivamente religioso. Además, la iglesia vio estas “… construcciones
religiosas [Como] un instrumento para consolidar y extender la fe cristiana…
aconsejaba o imponía realizar una peregrinación/para visitar los lugares
sagrados por su estrecha relación con Cristo: Roma, Santiago de Compostela,
Tierra Santa (…)” (Belmonte, 2008, P. 1361-1362) De esta manera encontramos uno
de los primeros estratos de la sociedad medieval que “apadrinó” al gótico.
Un segundo estrato lo constituyen
los Reyes y Nobles que vieron la oportunidad de demostrar el fervor que le
tenían al todo poderoso y al mismo tiempo de cuán arrepentidos estaban de todas
sus malas acciones. Con lo cual llegaron a financiar y construir numerosas
edificaciones siguiendo los lineamientos del nuevo estilo artístico. Esto
también les granjeaba la amistad del Papa y a futuro podían optar por un alto
cargo en el clero. O bien utilizaban la construcción de las catedrales como un
medio para traer la cultura y la civilización a sus dominios.
El impulso que le dieron el clero
y la nobleza al gótico derivó en la aglomeración de artistas, albañiles,
maestros constructores, orfebres, pintores, herreros, carpinteros, peones y
canteros, entre otros. Esto se tradujo a su vez, en un constante crecimiento
poblacional que propició el nacimiento de las grandes urbes, pues no solo
atrajo a los artistas y todo aquel que buscara empleo en las obras de
construcciones, sino también atrajo múltiples peregrinaciones y ferias de
comerciantes quienes a la postre se transformarían en banqueros y financistas.
Claro que, además del auge de un
nuevo estilo artístico, hubo otra serie de factores que propiciaron el
crecimiento de las ciudades. Rolf Toman nombra uno de ellos: el
intelectualismo, y señala directamente al filósofo Pedro Abelardo (1079 – 1142)
como la persona que contribuyó decisivamente al desarrollo de la actividad
intelectual en París: “En Abelardo encontramos a un temprano representante del
nuevo tipo de erudito, el pensador profesional o intelectual.” (Toman, 2011, P.
10) Comienza entonces un proceso de innovación en todas las disciplinas existentes
hasta entonces, los debates intelectuales están a la orden del día, aunque solo
estuviesen reservados para aquellos gremios de aprendices y maestros llamados
Universitas (de donde derivan las universidades) adosados a los monasterios.
Con todo, el
Arte Gótico se consolida y ve su primer ejemplar en la abadía de St. Denis en
1140 perteneciente al antiguo reino de Île-de-France (hoy Francia), de la mano del Abad Suger de St. Denis
(1081 – 1151) quien para ese momento, además de estar imbuido en todo ese
ambiente floreciente que atravesaba París, era el hombre más influyente de la
corona francesa de Luis VII.
Bibliografía Consultada:
- Belmonte, Elizabeth. Apéndice: Las Catedrales, En: Los Pilares de la
Tierra. Ken Follet. México D. F., Randon
House Mondadori, S. A., 2008. 1403 P.
- Chandelle, Rene. Más Allá de las Catedrales. Barcelona – España,
Ediciones Robinbook, 2008 (2da Edición). 253 P.
- Romero, José Luis. La Edad Media. Mexico D. F.,
Fondo cultural de Economía, 1956. 218 P.
- Toman Rolf. El Gótico. Arquitectura, Escultura,
Pintura. Barcelona – España, H. F. Ullman, 2011. 520 P.
NOTA: Todas las
imágenes han sido tomadas de la siguiente dirección:
Agradecimientos
a Jaume López y Adrià López por permitirme tomar las imágenes de su página.